viernes, 15 de agosto de 2014

El abrazo de la sombra


No fue una noche tranquila. Tampoco dolorosa. Fue una noche diferente. Sentía mi alma una calma hiriente. Como si aquel final fuera un principio. Mamá pasaba su primera y única noche entre un ataúd. Había fallecido en la tarde triste de un alegre día festivo. Todos decíamos, por fin descansa en paz. Una enfermedad agresiva atendida sin agresividad por un sistema de salud que enferma mucho más, fue apagando su vida como se fueron apagando las luces en aquella sala de aquel funeral. 

Regresé a casa con los recuerdos vivos de alguien que ya no vivía. Por primera vez vi su cama vacía consciente de que ella a ella no volvería. De que allí a su lado yo jamás de nuevo descansaría, pensaría o jugaría. Su cuarto amplio y cómodo se convertía en una caverna enorme sin salida. Empecé a escuchar sus ecos de agonía, su acento maternal. A imaginar su cuerpo perdiendo la batalla que su espíritu comenzaba a ganar. Tristezas y alegrías. Mamá ya no sufría pero tampoco mis ojos la podrían allí de nuevo mirar. 

Caí profundo en la superficie del insomnio. Me levanté varias veces hacia su habitación. Quise obligar a la realidad a mentirme. Que todo hasta ese instante había sido una pesadilla y que mamá con salud estaba viva. La realidad no miente aunque la mente la invite. La oscuridad del amanecer me reafirmo la verdad. La sombra me estaba abrazando. 

Me desperté antes que todos. Fui el primero en llegar de nuevo a la funeraria. En un cuarto solitario el féretro de mamá se hallaba. Otra vez éramos solos los dos. Como muchas veces lo fuimos. Un equipo inseparable aún en la distancia. Y al comenzar esa mañana todo siguió lo mismo pero no igual. El cuerpo inerte de una madre soltera custodiado por su único hijo. Ambos unidos como siempre pero separados como nunca. 

Lo pensé mucho mientras mucho oraba. Abrir la tapa del ataúd en el que mamá estaba. Y lo hice. Al observarla sentí que me hablaba. O quizás eso era lo que yo anhelaba. Otra vez, entre tantas veces, quise que la realidad me mintiera y aunque tremendo susto me diera, supliqué que mamá sus ojos abriera. Pero nada. Sus pestañas largas permanecieron inmóviles. De la misma forma que yo permanecí por más de una hora orando, contemplando su rostro y a Dios adorando.. Extendí mis brazos con delicadeza al rededor del féretro mientras mi alma seguía sintiendo con poder intenso, el abrazo de la sombra. 

Por fortuna nadie entró en más de dos horas. Nadie que mi dolor interrumpiera con las típicas frases de condolencias. Nadie que pudiera abrazarme como lo hacía la sombra… En silencio. 
Luego., el salón se llenó de personas que siempre quieres ver y de algunas que no. Ante la necesaria y solidaria bulla la sombra dejó de abrazarme pero siguió a mi lado. Ahora que han pasado algunos días desde aquella tarde triste de un lunes festivo alegre, en el que mi madre en mis brazos y en los de mi hija dejó de existir, puedo decir que el abrazo de la sombra es parte del vivir sobre todo cuando llega la muerte. 

Vive tu luto sin soberbia. Llora de noche.. Llora de día. Ora siempre. Mantén la calma cuando puedas sí puedes. No finjas dolor para llamar la atención. Ni por lo mismo finjas ser valiente. 
Brinda condolencias sin hipocresía. No trates de hacer o decir en favor del muerto lo que por esa persona no hiciste cuando vivía. Y si tal deceso en realidad positivamente te ha marcado, sin remordimientos cambia de la forma que te ha inspirado. 

Con fe y amor, aunque sintamos agonía, que nos abrace la sombra cuando caiga esa noche o llegue ese día.

Por Javier Suárez ( Js)

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