jueves, 23 de febrero de 2012

El pellizco del cangrejo... Un diagnóstico de muerte que da vida


Por Javier Suárez (Js)

Mucho más que una persona religiosa, que una esotérica, científica o incrédula, un ser desahuciado pude hablar de la vida con mayor claridad. Es increíble la paz y la fuerza que generan sus palabras, pensamientos, gestos, emociones. 

A veces quisiera tener la meditación del desahuciado pero no la enfermedad. No obstante es el mortal padecimiento el que ha llevado a muchos, no a todos, a reconocer con suprema humildad, que ha sido cuando la muerte se les ha anunciado el punto de partida para disfrutar de la vida con mayor sosiego y espiritualidad. 

Leí una entrevista en el diario colombiano El Tiempo a un reconocido relacionista público. En ella el entrevistado habla sobre el cáncer letal que padece. "Los meses más aterrizados de mi vida empezaron el día en que el médico me dijo que no había nada que hacer. Pese a que mentalmente le di muy duro, ahora le agradezco por los casi setenta días de felicidad que he tenido desde entonces" afirma en el reportaje Fernando Corredor, el personaje de quien les comento. Sostiene que con base en el fatal diagnóstico, surgió el libro que tituló  "Mi vida con el cangrejo". Apodo que le puso a su enfermedad.

No sé con certeza si el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, esté padeciendo una afección similar. De ser cierto que estaría desahuciado, quizás él esté sufriendo también la presión política de su creación, tan fuerte, que le obliga a superar con soberbia externa  toda transformación interna. En fin, sigue siendo decisión de cada individuo reaccionar como quiera ante el pellizco de su propio cangrejo. 

Les anexo la entrevista publicada en El Tiempo. En ella, como yo, podrán hallar mensajes interesantes surgidos de  un diagnóstico de muerte que da vida. 

En la última etapa de un cáncer letal, el reconocido relacionista público habla de su mal.
Cuando la mamá de Fernando Corredor, diplomático, periodista y un reconocido relacionista público del más alto nivel en el país, supo que su hijo tenía cáncer, le dijo: "Como usted no hace sino hablar, le ruego que no le cuente a nadie que tiene cáncer, porque lo sacan del sistema... Lo desaparecen".
Corredor dice que no le faltaba razón. Hoy, luego de transitar por la última etapa de su vida con un cáncer de colon considerado incurable, concluye que esta enfermedad y su tratamiento son capaces de "sacarlo a uno del  ring ". Pero lo dice como quien cuenta una anécdota divertida a los amigos en un coctel: sin asomo de amargura y con el humor negro de los viejos cachacos bogotanos.
Por supuesto, admite que sintió terror cuando el médico le entregó su diagnóstico, tanto que olvidó su promesa de no someterse a tratamientos de ningún tipo, en la eventualidad de que resultara con cáncer.
Remontado el golpe inicial, y después de cuestionarse desde el plano existencial, aceptó el reto que la vida le puso por delante.  En aquel momento, surgió el libro que tituló  Mi vida con el cangrejo, que ha tenido gran aceptación entre los afectados por el cáncer y sus familias, pues busca ayudarles a entender y a sobrellevar la enfermedad.
Vestido con la elegancia de siempre, contrariamente a lo que se podría esperar, Corredor dice que si algo le preocupa ahora es no morirse: "Después de tanto anunciarlo, me daría pena dejar metido a todo el mundo. Y ese no soy yo".
¿Cómo veía el mundo y cómo lo ve ahora?
Lo veo absolutamente diferente, desde lo intrascendente hasta lo importante. Ahora siento que existe una energía superior, en la que antes no creía. Gente a la que admiro y quiero mucho dice que soy yo quien trascendió, porque el cáncer me hizo cambiar todo en mi vida. Era un tipo apegado a lo light , a lo material. Mi vida eran las relaciones públicas: vivía orgullosísimo de saludar a un presidente, a un ministro, de tener toda clase de contactos... Hoy para mí eso no tiene ninguna importancia. En el buen sentido, hoy desprecio la vida social por la que me hacía matar.
¿Y sus amigos?
María Paz Jaramillo me dedicó un libro así: "Para el rey de los amigos", por lo amiguero que era. En el sentido filosófico del término 'amigos', hoy escasamente podría contar cuatro o cinco, de los 180 que, se supone, eran mis cercanos.
¿Y qué tienen esos cuatro o cinco?
Ellos entienden mi vida y mis problemas. Les pongo un ejemplo: yo era muy parrandero, pero hace nueve años, mientras estaba en Buenos Aires, decidí dejar el trago, y de hecho inventé un sistema para ayudar a las personas con alcoholismo. Pero cuando me dijeron que tenía cáncer, pensé: 'No me voy a morir a palo seco'. Nadie, salvo mis pocos amigos, entiende la soledad de una noche solo en mi apartamento. Los hijos lo acompañan a uno con todo el amor y el corazón, pero eso es otra cosa. Cuando mi hija me ve tomándome un whisquicito a las 9:00 de la noche se desarma, se desbarata. No entiende que unos traguitos no tienen ningún valor ante la muerte.
En este momento, ¿vale la pena privarse de ciertas cosas?
El médico me pide que con el trago me modere hasta donde pueda, porque me hace daño. Uno de mis hijos tiene la teoría de que si el médico, que además es mi primo, me dice que le baje a la vida social y a las amistades, es porque él ve que tengo una proyección de vida, y que si no fuera así, pues me diría: 'Haz lo que quieras'. Pero después de haber leído libros, estadísticas, de haber tenido el aviso, sé que el cáncer, mi 'cangrejo', al que consiento y no insulto, como sí hace Hugo Chávez con el suyo, es traicionero.
¿Cómo es eso de que habla con su 'cangrejo'?
Claro, cada día le pido que no me vaya a hacer una patanada. En este momento podría, por ejemplo, sentir un dolor fuerte por una metástasis, que me derrumbaría delante de ustedes. ¿Qué pasaría con esos pequeños gustos que me alivian la vida, como una buena charla, un vinito o una comida deliciosa?
¿Cómo se ven desde su óptica esos valores sobre los que la gente estructura la vida: los principios, los sueños, las metas?
Se ven totalmente diferentes, incluso absurdos. Llega uno a pensar: '¿Para qué me desgasté tanto, en tal situación de la vida?'. A las personas deberían darles en kínder un curso para aprender a morir. Viviría uno mejor, diferente. Les digo: los meses más aterrizados de mi vida empezaron el día en que el médico me dijo que no había nada que hacer. Pese a que mentalmente le di muy duro, ahora le agradezco por los casi setenta días de felicidad que he tenido desde entonces.
¿Por qué felicidad?
Porque para mí cada conversación es la última, ahora no aplazo cosas. Tengo libros que debo leer, música para escuchar, llamadas que hacer a personas con las que no quiero guardar rencores. Me cruzo en el andén o en el centro comercial con gente a la que antes, por cosas de la vida, ni miraba; ahora me detengo y saludo.
Usted se está muriendo, pero anda por la vida echando chistes. Habrá gente que piensa que está fuera de foco...
Estoy convencido de que toda experiencia es un regalo maravilloso de la vida. Claro que tengo momentos malos, en que necesito llorar solo en mi apartamento; también hay días en que me asomo por la ventana y dudo si salir o no salir, porque me da miedo caerme en medio de la calle, así que me echo documenticos en los bolsillos, para que la gente me asista, si lo necesito. Esta enfermedad es traicionera.
¿Alguna vez pensó en cómo se iba a morir?
Sí, todavía lo pienso y espero que no sea de cáncer sino, por ejemplo, de un infarto fulminante. Por las noches le pido a mi amigo, el gran arquitecto del universo, que me lo mande y que no me dé cuenta.
¿Tiene metas?
Sí, aunque no son a largo plazo: ir a un cinecito, tener un buen almuerzo, tomarme un traguito con los amigos del alma. Eso es vivir y es lo que la gente tiende a aplazar: aplaza comer para comer bien después, aplaza ir de viaje o guarda ropa para usarla en ocasiones especiales... Tengo amigos queridos que hoy me dicen: 'Nos vemos dentro de dos meses, y te tengo un regalito'. Y yo les digo: '¿Me puedes dar el regalito ya, y si quieres no nos vemos dentro de dos meses?'. Desde la dimensión en la que estoy, el enfoque de la vida está mal hecho.
¿Dónde queda aquello de que uno debe ser estoico, humilde, para ganar puntos en la otra vida?
Todo eso queda desvirtuado. Esto es aquí y ahora. Claro está que eso no significa que uno carezca de principios, de moral o que uno deje de ser una buena persona. Qué delicia poder mirar la vida con altura. A la vida, no al ser humano. Pienso que cuando esté arriba le diré a Dios: "Podría sugerirte algunas cosas para hacer mejores personas, porque hay mucha hipocresía, envidia, egoísmo entre ellas, incluso en la muerte". Los jóvenes, por ejemplo, piensan: 'Qué alivio, Corredor es el que está enfermo, no yo'. Piensan que son inmortales.
¿Cómo quiere que lo recuerden la familia y los amigos?
Daría mi vida por que mis hijos pensaran que no hice ciertas cosas intencionalmente o por malo o por bruto. Quisiera que pensaran: 'Al final nos dejó una magnífica lección'. Me interesa que mis hijos tengan la mejor opinión de mí, lo mismo mis amigos. En cuanto a los demás, eso no tiene ninguna importancia.
¿Ha pensado en su despedida? ¿Cómo quiere que sea?
No quiero ni misa ni velación ni funeral... Ojalá la muerte me coja en un almuerzo con mis grandes amigos. Si algo me pasa les pido que no hagan un  show, que por favor me alcen y me saquen como si estuviera borracho, busquen una finca donde haya chimenea y me boten en ella.Quiero que se haga una fiesta, un coctel, al que inviten con un aviso mío grande, pagado por mis hijos y mis amigos, en el periódico, y que diga: "Fernando Corredor Gaitán tiene el gusto de invitarlo a usted a la celebración de su paso al oriente eterno. Pueden asistir única y exclusivamente aquellos que sientan que él admiró, quiso y amó". Los no invitados, que no vengan, porque yo voy a estar chequeando desde donde esté. Los asistentes podrán tomarse un licor que mandé a preparar para la ocasión, el 'Corredor Special', mientras se oye  My way , de Sinatra, y  Candilejas , de Chaplin.
¿Y ya tiene epitafio?
Sí: "Se los dije".
¿Alguna petición especial?
No es por afanarlos, pero me gustaría que esta entrevista salga pronto. Quisiera leerla.
Sonia Perilla S.
Subeditora de Vida de Hoy
Carlos F. Fernández
Asesor médico de EL TIEMPO

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