El desahuciado… superando sus fuertes dolores con “palabras de vida”

En un hogar de alguna ciudad del Condado Hudson en New Jersey, pasa sus últimos días de vida un inmigrante hispano. Desahuciado por una grave enfermedad. Luego de leer una de mis columnas de “Susurro” quiso conocerme. Ahora entre la lectura y fuertes dolores su existir se desvanece. A él le gustaría leer lo que tu piensas de la vida. (Foto Javier Suárez)

Por Javier Suárez

No soy un hombre vulgar pero una mañana de un día entre semana, pensaba con groserías en una situación absurda que en la oficina ocurría. Mi desconcierto fue interrumpido por una llamada. Levanté el teléfono y en tono muy pero muy amigable respondí: ¡Buenos días! ¿Tengo el placer de servirle en algo?- Un hombre contestó, ¡Vaya! Qué saludo tan formal, creía que ya no se usaban.

La verdad en ese momento yo no estaba ni para adulaciones. Le interrumpí con un… ¡Gracias! Pero en realidad no tengo mucho tiempo ¿puede decirme qué se le ofrece?- La persona dijo entonces ¡perdón! No quiero incomodar pero veo que tenemos algo en común, ninguno de los dos tiene tiempo. El mío se desvanece rapidamente. Mis horas son más cortas que las suyas señor Suárez. Estoy desahuciado, una enfermedad acaba con mi vida.

¡Upss! ¿…y ahora qué digo? Me pregunté en silencio, mientras algo se me ocurría. En fin… la conversación se prolongó por varios minutos. Media hora duró esa charla, entre un estresado periodista y un desahuciado desconocido. En esos 30 minutos el afán fue perdiendo espacio. No hubo tristeza, no hubo alegría pero sí una paz que inspiraba ese alguien que moría.

Soy periodista no sacerdote ni notario ¿Porqué sobre tu agonía me estás comentando? – Señor Suárez, me respondió, pero le interrumpí aclarando que me llamará Javier, tal como lo hacían mis amigos y uno que otro moribundo. ¡Jajajajaja! El hombre replicó con una carcajada cansada pero dulcemente melodiosa. Luego me dijo: Veo que no crees en todo lo que te digo y más que real te suena divertido. Te invito a mi casa Javier.

Y así fue como llegué al hogar en el que un amable ser agoniza. Ya no se puede levantar, a sus 33 años de edad, quien fuera un hombre atleta, hoy se siente vencedor aunque vivo no cruce la meta. Gracias por venir, me dijo con sencilla alegría. Gracias por invitarme le respondí, con cara de idiota, pues vergüenza me daba al reconocer que con la agonía de aquella persona una vez bromee.

Abrió una carpeta y de ella sacó un artículo que escribí hace algunos meses. Un susurro que titulé “Mi funeral… gracias por venir. Me invitas al tuyo? En esa nota hablé sobre algunas cosas que serían más divertidas si se aprecian en vida. Utilicé una foto que me tomé dentro de un ataúd imaginando ciertas visitas y hechos que podrían suceder en mi funeral. A lo último, agradezco a Dios por que todo se trataba de una pesadilla y me doy cuenta entonces que todavía me queda tiempo para muchas cosas, incluso para amar.

“Javier yo fui a tu velorio quiero que vayas al mío.” Me lo dijo sin anestesia. ¡Upss! De nuevo puse cara de idiota. Esto no se trataba de un escrito sino de un último deseo por así decirlo. Cuando leyó mi columna de “Susurro” aquel amigo desconocía su enfermedad. Pero me afirmó que sintió que él estaría pronto en su funeral. Pese a ese presentimiento no tuvo miedo y dice que con alegría llegó a casa ese día para abrazar con fuerza a sus dos pequeñas hijas. Ahora que científicamente los médicos han calculado hasta junio sus día de existencia, mi desahuciado conocido irradia una calma infinita.

Llorando sin drama, mojando sus ojos con nobles lágrimas expresó: Es exquisito el sabor de la vida aunque sea la muerte la que te la de a probar. Ya no puedo correr, ni siquiera caminar, pero me encanta cada instante que tengo para respirar. Tuve todo lo necesario para superar obstáculos, y aún con buena salud, fui más débil que ahora que estoy agonizando. Quisiera tener vitalidad y ser mecánico, para reparar con honestidad cualquier auto. Quisiera tener vitalidad y ser abogado, proceder con honestidad en todos los casos.

Quisiera tener vitalidad y ser panadero, emplear la mejor harina posible para hacer mis bizcochuelos. Quisiera tener vitalidad y ser periodista- ¡Hey! Tranquilo le dije, con mi gremio no te metas. ¡Jajajajaj! Volvió a compartir conmigo como lo hizo por teléfono, esa carcajada cansada pero radiante y sincera. Descuida Javier, me contestó. No estoy criticando, me la pase casi todo el tiempo en eso. Sólo quiero decirte que ahora que todo para mí está terminando, anhelo ser un buen agonizante. No quiero pelear con la muerte ahora que estoy muriendo, pues no fue muy positivo, cuando buena existencia tenía, pasar el día a día peleando con la vida. Qué satisfacción tan divina ofrece un minuto de amor y respeto a todos y a todo. ¿Te imaginas entonces la felicidad de alguien que tiene como estilo de vida la fe? Me siento más vivo como moribundo que antes de mi enfermedad. Cuando saludable fui soberbio, pendejo, envidioso, amargado, negativo, mediocre, temeroso. Mejor dicho, fui muchas veces todo aquello que yo mismo juzgaba.

Es cierto, lo pude comprobar. Aquella vida se pierde cada minuto más y más. Lo mismo que la mía, enredada a veces entre ridículas situaciones y absurdas fantasías. La mente y el corazón son camino o sepultura, depende de lo que en esas dos partes contengas. A mi amigo desahuciado le encanta la lectura. Repasa con entusiasmo varios versículos de la Biblia y notas positivas, como el mismo dice, lee con la muerte palabras de vida. Estimado lector te invito a compartir con él tus pensamientos.

Escríbele palabras de vida. Lo más pronto posible mándale una carta. Critícalo, apóyalo, búrlate o compadécete. A él no le importa, pues en cada letra encuentra a un semejante, al que ama y respeta como así mismo. Por su delicado estado no puede recibir muchas visitas. Envía la carta a esta dirección 527 41 st, Union City, NJ, 07087. A mi nombre, Javier Suárez. Yo le haré llegar las misivas. También puedes escribirle haciendo un comentario a esta nota.