domingo, 29 de noviembre de 2015

"Sí… yo lo maté."


Clavé mi navaja en él. Busqué en su interior lo que yo tenía dentro. No hay remordimiento. 

No lo hice sufrir como él a mí me hizo padecer. Lo tomé en mis brazos cuando moría. Le miré con respeto mientras con respeto también me veía. Intentó reclamarme pero no lo dejé. Clavé más mi navaja en él.
Llegué a pensar que matarle nunca yo podría. Llegué a creer que sólo su poder existía. Me sentía sin salvación víctima mortal de su mortal ley. Le entregué mi vida entera y nunca viví, solo agonicé. 

Lo maté sin odio. Le asesiné con amor. Ya no me importa lo que fue, vale más lo que soy. Sin apego a sus recuerdos, a sus triunfos, a sus derrotas. A nada de su historia. 
Por un momento estuve tentado a salvarle. A detener su hemorragia con mi sangre. A decirle que lo sentía y que prefería que siguiera con vida aún a costa de la mía. 

Pero no. Clavé más mi navaja en él. Lo maté sin odio. Le asesiné con amor. Al final me lo agradeció. De la misma forma que le agradecí también. Ambos fuimos compañeros de viaje, de desvelos. De satisfacciones que ya no eran, de miedos que ya no asustaban. De pecados que Dios no juzga y que siempre me condenaban. De un ego insoportable que jamás perdonaba; que elegía el sacrificio como único edifico para que alma "descansara"; que idolatraba al egoísmo predicando compasión; que criticaba sin mesura en nombre de la religión; que imponía como fuera mi razón como única razón; que decía con temor 'tengo fe"; que creía andando de cabeza que el mundo estaba al revés; que imploraba paz bendiciendo la guerra; que imploraba abundancia decretando escasez; que esperaba ser feliz sólo si algo o alguien se lo permitía y que culpaba a algo o alguien de aquello que con tristeza cubría a mi ser. 

Asesiné a mi pasado. A ese ayer que insistía en ser mi hoy. Lo enterré con honores en medio de oraciones. 
Lo maté sin odio. Le asesiné con amor. Que me arresten. Al fin y al cabo ya soy libre. Y él también. 

Por: 
Javier Suárez/ Susurro.