miércoles, 23 de marzo de 2011

Ayer... cuando mi vida y mis recuerdos se vistieron de enfermero

Javier Suárez, junto a quien fuera su jefe- enfermera. En algún lugar y tiempo de New Jersey
Como padre hice de todo a mi hija el primer año de su vida ¡bueno! casi todo, menos limpiar sus nalgas. De esa olorosa obligación alguien me salvaba, mi madre o mi abuela, una tía o la nana. No así mi ex, quien se disgustaba un poco cuando esa tarea yo esquivaba. 

Existen experiencias que por más que se evitan, tarde o temprano de frente nos miran. Por fin limpié nalgas. ¡Ah! pero no las de mi pulguita. Sino las del 232 cama 4. Un paciente de origen italiano que padecía de una aguda diarrea. ¿ Cómo llegué a esta nada pero nada perfumada situación?- Siempre trabajé en Colombia como periodista. No obstante cuando de tu país emigras, ya como inmigrante en otra nación corres el riesgo de cambiar de profesión.   

Auxiliar de enfermería o como se dice en inglés CNA (Certified Nursing Assistant). Fue uno de los oficios que desempeñé antes de ubicarme como periodista.  Luego de un curso de pocos meses me vestí de blanco. Hasta parecía un gran doctor. Mi primera jornada de trabajo en el turno de la noche se presentó. Y al primer minuto de haber mi entrada firmado, mi primer paciente el timbre de asistencia activó.  "Xavier, room two thirty two bed four".   Me dijo sonriendo la  jefe de enfermería. Una dama India de admirable simpatía.  

Manos a la obra y a los guantes desechables. Tan pronto ingresé a la habitación tanto el olor como la escena fuertemente coincidían. ¡Auchhh! quedé por segundos paralizado y sin respiración. Pero en  segundos también recuperé el control. Respiré profundo aunque oliera asfixiantemente a deposición. Saludé con amabilidad al paciente. un hombre de avanzada edad que parecía sentirse más humillado que enfermo. ¿ Eres médico? -  en inglés me preguntó. " No te había visto antes" - replicó.  

Acaricié una parte de su cabeza, la única que no estaba embarrada de caca. Sonrriendo le respondí en un tímido pero entendible inglés, que era su nuevo auxiliar de enfermería y que de doctor sólo el uniforme tenía. 

Ambos comprendimos que en ese instante ambos nos necesitabamos. En 15 minutos, tanto a él como a su cama,  los dejé como nuevos. Todo limpio, todo perfumado. De aquel hombre salió un llanto de nobleza y gratitud. De este auxiliar de enfermería también lágrimas luego salían. Sin que el paciente me viera, lloré como un niño. 

Recordé que nunca quise asear las nalgas de mi hijita linda... y miren... lo que cuento hoy. Fue una experiencia diferente y al final muy positiva. Hizo a mi vanidad doblegar las rodillas. Hizo que mi corazón sintiera compasión. Ahora podría limpiar cualquier trasero sin sentir pudor, con el mismo cariño con el que escribo y tomo fotos hoy. 

Actualmente muchos hechos de la vida como humillación no calificaría, sino que les llamaría... escuela de valor.  

Esta nota es en homenaje a los auxilaires de enfermería. A los enfermeros y enfermeras. A quienes el tiempo postra en una camilla. A los padres que no limpian de sus hijos la colita. A los inmigrantes que trabajan en aquello que no estudiaron. En aquello que nunca pensaron y que lo hacen con amor.  


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