miércoles, 8 de octubre de 2014

El Abrazo de la Sombra. La historia de un luto que podría ser el tuyo


Prólogo del libro
“La vida es corta” lo decimos y lo escuchamos muchas veces. Pero nos brinda el tiempo suficiente para experimentar el amor puro. Cuando el día a día se goza bajo esta mágica sensación, la vida deja de ser corta o larga, mala o buena, fea o bonita, dura o suave, justa o injusta. Es constantemente un motivo para que estando espiritualmente vivos podamos abrazar sin miedo a la muerte. De tal manera que cuando con ella avancemos por un nuevo camino, no llevemos consigo el peso del remordimiento y podamos libremente renacer en la eternidad de Dios. 

El luto es un traje invisible hecho a la medida de cada persona que lo ha de lucir. Cada quien lo acepta y lo experimenta de forma diferente. Es un reflejo del sentimiento que se tuvo con quien fallece. Es un canal de esperanza y alabanza por el descanso espiritual de quien de alguna manera en vida nos importó. 

Yo me he puesto este traje ya varias veces. Hoy cubre mi alma nuevamente. Como único hijo estoy viviendo la muerte de quien la existencia desde su vientre me regaló. Mi madre descansa en paz. Yo vivo en guerra y en armonía con tristezas y alegrías que vienen y van. 

Tuve de mi madre recompensas y castigos. Caricias y azotes. Besos y pellizcos. Complicidad y juicio. Madre soltera, jamás cobarde siempre guerrera. Ignorante y sabia. 

En el trayecto de esta ruta literaria te presentaré el camino que recorrí y que aún ando, antes, durante y después de la muerte de mi madre. Cada foto, cada letra tiene el propósito de ser útil a Dios y a la humanidad, pues aún del profundo dolor pueden surgir a tiempo milagrosas alegrías. 

Mamá y yo somos colombianos. No obstante por varios años formamos parte de aquel grupo de emigrantes que como inmigrantes buscan explorar la grandeza de la creación entre los límites de otra nación. Vivimos en Estados Unidos por más de una década. Mamá retorna a su raíz y regresa a Ibagué, la ciudad maternal que nos vio crecer. 

Desde la distancia habíamos padecido la tristeza de la partida de mi abuela. Tal nostalgia la inspiró a volver. A reencontrarse con gran parte de la familia. Bendiciendo siempre al país que como extranjera muy bien la acogió, daba gracias a Dios por haber podido a Colombia volver. 

Mi hija y yo podríamos visitarla en fechas especiales y compartir las bondades de ese retorno. Y así fue. Disfrutamos esa porción pequeña del destino que con alegría nos permitía vivir, mientras silenciosamente moría mamá. Un agresivo cáncer hepático comenzaba a manifestarse, sin saber con certeza que en pocos meses recibiríamos “el abrazo de la sombra”. 

Por Javier Suárez

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