miércoles, 13 de enero de 2010

La tierra tiembla para que el corazón se raje

foto BBC
(Por JS)
En esta ocasión un potente terremoto en Haití, está logrando lo que la profunda pobreza de esa nación nunca obtuvo antes, que el mundo la mirara con compasión. A la par de las causas y consecuencias físicas que provocan y dejan los temblores, se presentan también las sociales y espirituales. La tierra tiembla para que el corazón se raje. 

Aunque sea sólo por algunos días, los daños y dolores que causa un devastador terremoto, logran desencadenar un ambiente mundial de solidaridad. Presidentes de todas partes dan sus condolencias y ayuda humanitaria todos planean. Siguiendo cualquier medio de comunicación, la mayoría de personas lloran y dicen orar por las víctimas del desastre natural.

La tendencia a unirnos sólo cundo una catástrofe así lo exige, se ha convertido en una especie de mandato universal. La creación Divina nos complace. Tal conducta es la base establecida tanto en profecías bíblicas como en predicciones esotéricas, para augurar que sólo una destrucción total permitiría el resurgir de una raza humana nueva, más sincera, verdadera y constantemente más unida, aun en la felicidad. 

Estoy aprendiendo, por medio de mis propios temblores espirituales, que la fortaleza necesaria para soportarlos, no viene de afuera sino de mí mismo. Una persona puede vivir en un edificio hecho a prueba de sismos, pero sin amor y fe en su corazón, vivirá aplastada bajo las ruinas de la amargura, del egoismo, del miedo a perder en cualquier instante lo material que ha tenido o de que se le acabe el tiempo sin haber riquezas conseguido; Del pánico a morir sin creer en un resucitar en Cristo o mínimo en una mejor reencarnación.

Otra persona, llena de amor y fe, que se encuentre enfrentando la terrible sacudida del temblor y vea caer su techo en mil pedazos, jamás morirá o continuará viviendo, incluso en medio del natural miedo, sin experimentar la calma que genera la esperanza de un positivo amanecer o de un hermoso "más allá." 

Claro que sirven las manifestaciones de solidaridad. Soy muy vitales las donaciones y esencial la asistencia social. No obstante, ningún rescate es más efectivo que el que cada individuo se hace a sí mismo. La Cruz Roja, 10 presidentes, mil religiosos, mil religiones, un millón de personas pueden favorecer para bien o para mal la vida de otras. Aquel que saca de su alma las fuerzas de la fe, puede caminar más pronto, en comparación al hombre que prefiere esperar a que alguien le traiga las muletas. 

Esta tragedia en Haiti me invitó a bendecir lo poco que tengo y lo mucho que deseo. En mis oraciones imagino a haitianos, dominicanos, colombianos, venezolanos, rusos, norteamericanos, etc, viviendo alegres entre sí y en armonía con la naturaleza. La fe mueve las montañas sin aplastar nuestro espíritu con ellas. El amor nos une también en fiesta. De nuestra actitud individual depende el cambio general y evitar que nuestro corazón se raje sólo cuando la tierra tiembla.

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