lunes, 30 de marzo de 2020

Los pedos de la fe


A mi puerta, o mejor, al timbre de mi hogar se pegaron dos testigos de Jehová. Timbraron una, dos, tres, cuatro veces. Me asomé con sigilo por la ventana. Muy pendiente de que no se percatarán de mi presencia. Y lo estaba logrando hasta que… se me salió un gas. Un pedo de esos que suena como trombón, que desconcierta con su poderoso y desentonado rugir, incluso hasta a los perseverantes testigos de Jehová.

Timbraron con asombro una vez más. Entonces les grité desde el interior "Jesús no está aquí, ha resucitado. Por eso han sonado las trompetas". No se rieron pero finalmente se retiraron. Continuaron en la casa de al lado. Les juró que aquel ruido intestinal no fue voluntario. Pues es que aveces llegan visitas justo en el instante menos indicado. Maestros cuando el alumno no está listo. Consejos cuando nadie los está solicitando. … En fin.

Y así de inoportunos somos muchos aveces o casi siempre. Sobre todo en temas de religión, amor y cultura. Decimos a otros que nuestras creencias, nuestros sentimientos o costumbres son la única razón, y vamos hasta sus hogares, sus trabajos, con nuestros libros, con nuestros consejos, con nuestra música, con nuestros deseos, soberbia y sabiduría, buscando a "timbrazos", a gritos, con sobornos emocionales o con parlantes a todo volumen, el ser invitados a pasar. Que nos den la oportunidad de convencer, incluso de imponer nuestro estilo de credibilidad.

Por ello pido perdón a Dios, de rodillas, de pie, sentado o acostado, en un templo, en el desierto, en el bosque o entre el tráfico, pero con el corazón de tanto ego cansado, por las veces que como hijo, que como padre, que como pariente, que como hombre, como periodista, que como poeta, como creyente he querido dejar a otros con la boca abierta y sus mentes atormentadas, manipuladas, sus corazones desconcertados o enfadados.

Es entonces esa tóxica vanidad espiritual, académica, estética, moral, social, ideológica… como gas, ese pedo atravesado que, si bien debe salir, lo hace en los instantes, escenarios menos apropiados, de la forma más inadecuada y frente a quienes en vez de acercar, alejamos.

Pido a Dios perdón por mi arrogante orgullo y por pensar que la luz de su enorme sol no brillaría sin la llama de mi vela. Qué su visible e invisible obra y amor necesitan de mi obstinada defensa. Pido perdón a la fuente de creación por no fortalecer en mi existir el 'arte de permitir". De permitirle con amor a los demás ser como son, respetar su pensamiento. Su música, su libre albedrío.
Si cada quien se permite ser en PAZ aquello  que predica, ser en PAZ aquello en lo que cree, nadie tendría que convencer a nadie. El alumno cuando estuviera listo haría aparecer al maestro. El maestro entendería que nunca se para de aprender. Es decir… los pedos, ni en la fe, serían gases molestos.

Con afecto:
Javier Suarez
susurro

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