lunes, 28 de octubre de 2013

Missis Pérez... Un arcoíris de lágrimas y sonrisas, de olores con colores.


Olía delicioso. Un aroma que al respirar profundo permitía inhalar paz, calma. Fragancias que parecían tomar color y combinarse con la clara tonalidad de las paredes, creando en conjunto un escenario de confianza. Una atmósfera de seguridad en el presente, de fe en el futuro que guarda con gratitud las experiencias contradictorias de un pasado impregnado de amor, indigencia, hambre, frío, miedo, incertidumbre, solidaridad y esperanza.

No era sólo un espacio muy limpio. No era solo un lugar urbano con ambiente a bosque en una de sus esquinas. Era un sitio muy reservado. El mismo en el cual quien es invitado, conoce el real significado de la palabra bienvenido. El hogar de Missis Pérez.

... Y al atardecer de un reciente sábado...
_Gracias por invitarme a ser huésped esta tarde en su casa. Le dije.
-Gracias a usted por acoger mi invitación y permitirme ser un ser anfitrión. Ella me respondió.

Sí, ha comenzado una amistad hermosa entre un arcoíris y un poema. Entre una dama espiritual y un loco poeta, fotógrafo y periodista. Entre Missis Pérez y yo.

Recordamos que fueron nuestras cualidades las que nos acercaron, lenta pero sinceramente. Hace cerca de tres años de cara a mi face, es decir, viendo mi Facebook, observé la foto de perfil de una mujer que mostraba reír sin fin. Exponía un gesto de alegría humilde que me contagió de lo mismo. Le escribí entonces en su página dándole en forma muy breve las gracias por compartir en Facebook la magia de esa sonrisa. De la misma forma educada y sencilla y hasta más breve fue su respuesta a mi comentario.

Pasaron tres años para que de nuevo nos saludáramos por aquella red social. Confesando al mismo tiempo que desde el primer mensaje, ambos sin respondernos, permanecimos pendientes recíprocamente de nuestras páginas. Entre la conversación surgió de sus palabras un "Gracias" , igual al que le había escrito yo en aquel tiempo, por la energía positiva que su sonrisa me había inspirado. Pues mi mensaje de la misma manera le inyectó fuerza a su espíritu justo cundo en medio de su fe, su valor estaba lastimado. Ahora coincidimos que fuimos por Dios usados para que sin conocernos nos recordáramos mutuamente lo que somos. Sus hijos.

En fin, la conocí personalmente al visitar su academia de belleza, New Concept Beauty School, localizada en la ciudad de Elizabeth, estado de New Jersey. Sabía que yo además de periodista era fotógrafo y que por esos días estaba sin empleo. Me propuso entonces que le hiciera a su escuela un estudio fotográfico. "Tomas unas fotos espectaculares. Yo mando a hacer un estudio cada año con los grupos de la academia. ¿Para qué contratar a alguien más si tú lo puedes hacer? Acepta, de esa forma ambos nos seguimos ayudando". Me afirmó con gran entusiasmo Missis Pérez.

Estoy entre el grupo de personas que dicen tener pocos amigos pero de gran calidad. Y la doña ya está en mi lista. Bueno, y yo en la de ella. De ahí lo agradable que fue la tarde en la casa de aquella dama, de Missis Pérez... Un arcoíris de lágrimas y sonrisas, de olores con colores.

Antes del arcoíris la tempestad.
Llegó de Colombia hace muchos años, más de 30. Con su esposo y embarazada. Ya la pequeña Luz Marleny se abría camino a la vida desde el vientre de su mamá. La conquista del sueño americano empezó como la de muchos, en forma de pesadilla. Fueron expulsados con frialdad a la calle en pleno invierno por alguien que se esperaba debía acogerlos con calidez. Abrigados solo con la fe de un mejor mañana y por la ropa que vestían al momento de ser echados de lugar donde vivían, deambularon por meses en los trenes subterráneos de Nueva York de noche y de día buscando en aquellos vagones el calor.

Atentos como lobos hambrientos acechando a su presa, esperaban lentamente las sobras que las personas dejaban en los restaurantes de comida rápida. ¡Por favor! No boten esa comida, tenemos hambre. ¿Podemos cogerla?. Mientras mendigando alimentaban sus cuerpos, Marleny orando nutría su alma. Hablaba con la hija que en el vientre se movía, prometiéndole que al nacer Dios haría que todo cambiara.

Y no hay montaña que la fe no pueda mover ni tren que la fe no haga parar. A una semana de dar a luz, reciben la compasión de la esposa de un pastor que los vio acongojados en uno de los vagones. Los hospeda en su casa, sin conocerlos pero desde ya amándolos. Sin querer incomodar la pareja a los días sale sola hacia al hospital más cercano, pues ya azotaban los dolores de parto. LLegan a un centro médico privado que los rechaza por ser indocumentados y sin seguro. En su afán de llegar a un hospital público esperan el bus que hasta una zona en Queens los llevaría. Marleny rompe fuente en la calle. El frío congela los huesos. La fe se debilita pero no se congela. Un policía la escena observa y los ingresa de nuevo al hospital que el servicio les había negado. La autoridad exige que se les atienda y llega entonces a la vida la pequeña hembra.

Las cosas empiezan a cambiar.
Al salir del hospital Marleny seguía orando. Pedía no causar más molestias a aquella bondadosa familia de predicadores. Y su esposo le decía que Dios la ha escuchado. Qué otra hermana de la iglesia que de viaje por largo tiempo se habría marchado, permiso de quedarse en su apartamento les había dado. Al entrar al lugar, todo estaba amoblado e incluso hasta un cuarto para bebé estaba arreglado. Vaya coincidencias afirmó admirada quien ahora ya era mamá, luego de pensar años atrás, ante la muerte de su primer hija en el vientre, que jamás podría engendrar.

En fin, a esta altura de la historia yo ya me había tomado dos vasos de jugo y dos tazas de café. Y porqué ocultarlo. Algunas lágrimas se retenían en mi retina, a la espera de mi permiso para salir. Pero Missis Pérez narraba aquellos hechos con tan admirable calma, que decidí no hacer drama y abstenerme de llorar.

Qué coincidencia enorme se presentaba con aquel apartamento. Todo perfecto. Hasta cuarto dotado para un recién nacido. ¿Obra mágica del destino?. ¡Humm! No. Obra de varias persona con corazones compasivos. La comunidad de la familia cristiana que de las calles los rescató, aportó con donaciones todo lo necesario para que este sueño americano, de esta familia colombiana, empezará un mejor despertar.
Por años vivieron como inquilinos en ese edificio, del que fueron posteriormente los conserjes. Con empleo y con papeles, los Pérez siguen su camino. Incluso hasta trabajan en el ramo de la construcción. Marleny apoya a su esposo. Se pone botas y overol y como un hombre de tú a tú instala pisos, arregla techos, pinta edificios, se vuelve plomera, albañil y al tiempo una mamá feliz.

Una nueva nube tapa el arcoíris.
La honestidad y buen trato que Marleny mostraba, la llevó a trabajar como empleada interna en el hogar de prestigiosas familias neoyorkinas. Obteniendo de ellas excelente trato, que era ampliado incluso hasta a sus hijos, pues ya estaba el nuevo miembro de la familia, Juan Pablo.

Todo lucía ideal. Pero la vida no deja de enseñar. No cesa de empujarnos hacia el crecimiento aunque para ello nos arroje al abismo. Desmayos frecuentes. Dolores insoportables de cabeza hacen que la existencia de Missis Pérez se vuelva tensa, pero no incrédula. Nada le hacía desistir de pensar que cada día es mejor al anterior y que cada día es una bendición aún con sus respectivas tristezas.

Fuerza interna que le fue vital para soportar en silencio el diagnóstico de un tumor cerebral. Para entregar a Dios su vida, la misma que los médicos afirmaron terminaría en pocos días. Y en un viaje a Colombia en busca de una opción clínica, siente que es operada en el avión mientras en el vuelo dormía. Magía, energía positiva, fe, milagro, decreto, como se quiera llamar, el tumor ya no estaba presenten en los exámenes médicos siguientes.

Retorna a Nueva York con salud, pero sin empleo, pues alguien que solo por unos días la reemplazaría decidió quedarse con el trabajo. Un tema tan triste y complicado que prefiero no comentar. En fin, Marleny se va entonces para Miami y allí trabaja en almacenes. Para este tiempo ya se había separado de su esposo. Pero conservaban como hasta hoy una especial comunicación. Y es esa relación de amigos, de cómplices que de nuevo actúa a favor. Se convierten en socios y compran una pequeña escuela de belleza, que actualmente es una de las más destacadas del estado jardín.

Los colores y olores el acoíris.
La vida no es una estación fija de alegrías, tampoco lo es solo de tristezas. Es una mezcla constante de ambas cosas. Lo que recalca Missis Pérez es que todo es una experiencia necesaria, planeada. Que cada tormenta es creada para poder apreciar el esplendor del arcoíris. El sol sale y se pone al frente de la misma nube que lo tapó. Y con su luz refracta en las gotas de agua que fueron antes tempestad, formando así el fantástico fenómeno natural.

Escuchando a Missis Pérez nos damos cuenta que la fe nos permite ver los colores que viene tras la oscuridad. Que por adversa que una situación nos parezca, al enfrentarla con fe pasará como todo temporal, dejándonos luego experiencias que nos hacen madurar y apreciar mejor el fascinante paisaje que ofrece la vida, con abismos, con llanuras, con montañas, con mesetas, con ríos, con desiertos, con mares y océanos, con lágrimas y alegrías, con olores pestilentes con fragancias exquisitamente perfectas.
Ahí estuve con Missis Pérez, escuchando sus colores. Observando sus esencias. Amante de los aceites esenciales, de las plantas, de los ángeles, de Ginger su mascota, de sus hijos, de su escuela. Una tarde inolvidable con una mujer para recordar siempre...

Tanto en su cabello, como en sonrisa, en su alma... La fe es el sol que atraviesa sus alegrías, que cruza sus lágrimas para convertir la vida en un arcoíris espiritual.

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